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Instalación interactiva

Como un ritual de invocación, la obra se vuelve un llamado a la interacción del espectador. En la invocación, las entidades espirituales actúan sin manifestarse, o se manifiestan por medio de sus obras y de su intervención en nuestras vidas.  En esta obra varios cuerpos diminutos susurran, invitan a acercarse, a prestar atención. Invocar aquí es una técnica de brujería, que profana la invocación religiosa. “Sycorax nuestra” invoca la escucha de su silencio e incita a su ruptura mediante la participación. En esta obra, el espectador se enfrenta al ritual de reconocimiento de la sumisión a la cual sometieron los conquistadores a las mujeres de estas tierras. Sumisión que se invierte y se libera, porque la obra nos convoca a arrodillarnos sin sometimiento. Descender ante ella es un acto de libre elección. Como si nos dijera “si quieres saber de mí, tendrás que acercarte a la tierra”. Como si pudiésemos elegir formar parte activa de la trama de la memoria colectiva, acercándonos a escuchar la voz silenciada de Sycorax. Estando próximos, entramos en relación con la tierra y con la memoria. Este llamado visibiliza la violencia del silenciamiento pero es un gesto de amor[1], al igual que Calibán le habló a la madre tierra en busca de su propia madre silenciada.

 

 

 

 

 

 

[1] “(…) Esa “violencia”, con todo, no está incorporada al oído, como tampoco diríamos que está ligada al viejo humanismo colonizador. El amor que ésta “violencia” encierra es tan brutal como la propia “violencia”, porque no es un amor de complacencia o de contemplación, sino un amor de acción y transformación.” Glauber Rocha, La Estética del hambre, 1965

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